Elizabeth Medina Taboada
Desde tiempos ancestrales la montaña ha sido el lugar sagrado por excelencia, un templo para entrar en comunión con lo divino o dicho de otra manera para vaciarnos de eso que sentimos ajeno. Hoy en la época digital la montaña se “postea” mucho pero se habita poco y el vacío del ego se hace imposible en medio de un mundo que se obsesiona por fotografiarlo y mostrarlo a cambio de unos cuantos “likes” en estos espacios virtuales que llamamos redes sociales. En la obra “Habitar el vacío: Registro análogo de montaña” miles de líneas se entrelazan para dar forma a un paisaje orográfico, cada una conforma un gesto irrepetible, un momento fugaz en el tiempo y el espacio que deja como su único vestigio la huella del grafito sobre el papel, pero estos paisajes no provienen de un dibujo in situ o del imaginario de la artista sino de una imagen digital, un “screenshot” de alguna fotografía de montaña que algún usuario “subió” a Instagram. Estamos entonces frente a un dibujo-espacio, un templo-montaña en el que el lápiz nos da la oportunidad de re-mirar la imagen digital, de abandonarnos al vacío y habitar en la quietud de nuestra propia existencia; y con suerte dar un poco de redención a esta relación simulada que mantemos con la naturaleza y el paisaje.
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