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Burning Man. Independent Art
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Lipovetsky describía el momento cultural posterior a la segunda guerra mundial como el de la cultura antinómica, es decir aquella lógica artística de rupturas y discontinuidades; una herencia de la modernidad que se basa en la negación de la tradición y el culto a lo nuevo y al cambio. Una autodestrucción creadora en el que las vanguardias giran alrededor del vacío, buscando generar algo radicalmente distinto al tiempo que copian fotostáticamente para convertirlo todo en estereotipo y monótona repetición.
Este cambio vertiginoso nos recuerda el movimiento atómico y el principio de incertidumbre. No podemos saber cuál será la próxima vanguardia y su caducidad al mismo tiempo. Sólo podemos hablar de las direcciones o cambios en el mismo o del proceso como un todo. Nos interesan los procesos y sus inflexiones, puntos de no retornos, giros de 180, impasses, convulsiones.
Las propuestas creativas de esta línea y los proyectos que se encuentren en esta línea, hablarán sobre estas posibilidades de cambio, cuestionarán sus posibles resultados, harán recuento de su trayectoria o mostrarán las semejanzas y diferencias entre distintos procesos o distintas aplicaciones del mismo.
Nuestra concepción de la temporalidad y la sociedad se encuentra en constante reconstrucción. A partir de las últimas décadas del siglo XX, eventos sacuden al planeta entero y sus habitantes y hacen notoria la necesidad de replantear la narrativa completa. Incluso aquellas estructuras que se consideraban inamovibles como el capitalismo, fueron sacudidas por el impasse reciente del Covid-19. Ya no hay una versión sólida y firme de la realidad. Bauman introduce el término de la Modernidad líquida para continuar con la metáfora de los sólidos imperfectos que nos daba el Marxismo. La principal distancia con éste, es que mientras el marxismo hablaba de la necesidad de derretir dichos sólidos para hacer espacio a nuevos y mejores sólidos, Bauman argumenta que la ausencia de estos generó un estado líquido permanente, en el que ya no existía “molde” que permitiera conservar la forma. Una vez derretida la estructura social, no hay forma de contener su fluir. Bauman habla de la modernidad líquida como aquella en la que el individuo se define por su forma de vida, lo que consume y la forma en la que consume.
La identidad y los referentes que uno escoge son mutables y las ideologías son incapaces de contener completamente a los individuos. Nuestra adherencia a una u otra podrá variar conforme a diversos factores, que podrán o no construir una narrativa. Cuando Žižek, quien se destaca por buscar mayor atención al sujeto, nos habla de la fantasía como forma primordial de la narrativa, habla de cómo esta sirve para ocultar el estancamiento original. Posturas tan contrarias coinciden en la metáfora líquida e impredecible, que muta a medida que los individuos no se comprometen, pero asumen y se involucran con las ideas según aparecen, sustituyéndolas por cada idea subsecuente.
Las instituciones que proporcionaron las claves para que el individuo construya su identidad son solo contenidas temporalmente. Al observarlas no vemos una forma sino un reflejo, un espejismo. Ejemplos de estos espejismos son aquellos discursos que se propusieron en el Siglo XIX como herramientas clave para la humanidad. El bienestar, innovación, desarrollo, progreso, libre mercado. El trabajar, criticar y analizar esos discursos, agitar la modernidad líquida para modificar el reflejo, revelar el espejismo; no puede realizarse en una sola dirección, sino en múltiples. La realidad líquida refleja en una superficie, se extiende en esta Diégesis Hermenéutica.
De acuerdo a la tradición filosófica griega, hay dos maneras de referirse a la vida: zoé y bíos. El primero es el mero hecho de vivir por vivir, término que nos pone a todos los seres vivos en igualdad de condiciones en el espacio natural; el segundo es la forma y la manera de vivir en colectivo. Esta línea tiene como objetivo la discusión sobre las formas en que el poder ha operado desde que se conformaron las sociedades, y la manera en que este poder se ha transformado a lo largo de los años respondiendo a intereses económicos, políticos, geográficos y, en los últimos años, biológicos.
La biología ha jugado un papel fundamental en la construcción de campos sociopolíticos y culturales en el siglo XXI y ha transformado el proceso natural de adaptación al medio ambiente a través del avance de las biotecnologías. Ha abierto una nueva ventana al concepto de biopoder, con una mirada en los acontecimientos que en los últimos años han cambiado y modificado el panorama mundial y sus posibles consecuencias, los avances tecnológicos, la ciencia aplicada a la medicina y la modificación genética, el aumento poblacional y las migraciones, el control de los virus y las enfermedades, las desigualdades entre países, la seguridad alimentaria, el cambio climático y los nuevos retos que una pandemia como el COVID-19 enfrenta al mundo y evidencia las brechas socio-culturales en que se construyen las sociedades.
Los espacios públicos siguen siendo factor de distinción social, en ellos se concentran modos de vida y la construcción imaginada a través de esa interpretación del pasado en su presente; un lugar en constante transformación y cambio, disputas y conquistas. Esa ágora griega en donde se tomaban las decisiones que trascendían en la vida social de los habitantes de la ciudad, siguen constituyéndose hoy en día como espacios de enorme peso político colectivo, cuya característica más importante es esa facilidad de conjugar inclusión, libre acceso, diversas funciones sociales, todas articuladas en una serie de reglas que son de antemano conocidas por todos sus habitantes. La violencia, el miedo a una desigualdad económica cada vez más evidente, las movilizaciones migratorias mundiales, forzosas en su gran mayoría, han contribuido a formular nuevas normativas para transitar y vivir los espacios públicos.
El mundo actual nos enfrenta a fenómenos que se escriben en estos espacios, que van de la mano con los cambios acelerados de nuestro sistema de vida, vinculadas a la calidad, el mercado, el consumo y a los espacios destinados a unos habitantes y la desaparición de otros. Los movimientos sociales contemporáneos plantean fenómenos importantes dentro del espacio públicos, la injerencia de la ciudadanía en materias políticas debido a la incapacidad del Estado por resolverlas y los movimientos de diversa índole: ecológicos, civiles, sexuales, feministas, pacifistas, etc. Estos movimientos tienen un plus que los convierte en acontecimientos mediáticos y de índole mundial: las tecnologías de comunicación que han logrado que el espacio y el tiempo se contraigan, llevando a una globalización informática que conecta y entrecruza miles de acciones en el mundo, transmitidas en tiempo real, a favor de la formulación de una ciudadanía global y planetaria.
Desde finales del siglo XX con la publicación de la condición postmoderna de Lyotard, numerosos autores han promovido la escucha a voces ajenas a los discursos homogeneizantes, surgiendo los discursos de vulnerabilidad, interseccionalidad, alteridad y numerosas resistencias. Estos discursos han tenido múltiples críticas y diversas interpretaciones. A partir del año 2013, con la primera clínica para repensar la vulnerabilidad y la resistencia, numerosos foros han resaltado la necesidad de repensar la vulnerabilidad para distanciarla de la pasividad y el victimismo y centrarse en como los colectivos de grupos vulnerados accionan. Así, buscar a los artistas que redefinen y expanden la post- pornografía y el ecofeminismo de Sprinkle, el post colonialismo de Habbab, la teoría Queer más allá de Butler y Preciado, etc.